Por Paola Lemme
Cuando comenzamos la materia se nos propuso como eje de la misma la realización de una práctica de campo, cuyo desarrollo podríamos llevar a cabo en un espacio socio-comunitario, o una escuela. Pero el destino de esa práctica no sería azaroso, sino guiado por una perspectiva bien clara, la de comunicación/educación.
En ese sentido, leímos a Freire, a Buenfil Burgos, a Mc. Laren, y Gubern. Y de ellos, creo hoy, resulta interesante recuperar algunos conceptos que permitan analizar la práctica y sus resultados.
Antes de comenzar a describir el proceso, creo oportuno definir desde qué lugar hablo de la perspectiva de comunicación/educación, cómo significo los conceptos, o cómo entiendo que deberían ser.
La comunicación es un proceso no lineal, mediante el cual los actores participantes producen e intercambian significados. Bilateral y recíproco, no necesariamente armónico. La comunicación como un modo de relación, un proceso de dos partes, en el cual no existen objetos emisores y receptores, sino sujetos significantes.
La educación entendida, ante todo, como un proceso en el que se forman las personas, sus subjetividades, se les da forma a sus vidas. En ese sentido, implica la responsabilidad de hacerlo en pos de desnaturalizar cada realidad, objetivarlas para la liberación de la conciencia. Así concebida, la educación se opone a la forma bancaria: no hay un blanco amorfo donde depositar conocimiento; hay un sujeto que con sus subjetividades va a resignificarlo. Y en consecuencia, ese proceso implica la necesidad de reconocerlo, encontrarlo, para volverlo productivo.
Por todo ello, no puede existir la educación sin comunicación, sin diálogo, sin recorrer el indispensable camino de la búsqueda del “otro”.
Los hechos
A la hora de definir dónde trabajaríamos, se decidió hacerlo en una escuela (la nº 36, Carlos Spegazzini, de Gonnet). La intención era ver cómo podía insertarse esta perspectiva de trabajo no hegemónica, en una institución formal, y hegemónica.
Los primeros encuentros consistieron en el reconocimiento. Viendo, como lo plantea Freire en su “Pedagogía del oprimido”, la necesidad de RECONOCER al otro, sus universos, sus hábitos y comportamientos como condición indispensable para pensar una posterior intervención, un trabajo CON el otro. De otra forma, cualquier actividad se convertiría en una imposición.
Así, durante dos ocasiones, hicimos actividades que nos permitieran conocer los gustos, las preocupaciones, los miedos y la concepción de la escuela que tienen los chicos. A partir de las conclusiones que nos aportaron dichas actividades, comenzamos a pensar nuestra intervención. En esa instancia pudimos ver concretamente la importancia del proceso de reconocimiento: trabajaríamos sobre algo que les afectaba, algo que ellos mismos, más o menos explícitamente revelaban.
Observamos, entre otras cosas, la existencia de problemas como discriminación y violencia, que los chicos manifestaron padecer. Además, indagando sobre su concepción sobre la escuela, supimos que expresan a rajatabla el discurso de lo políticamente correcto, todo aquello que les enseñaron que está bien. Esos serían, en adelante, los ejes que trataríamos de articular en la práctica.
Luego llegó el momento del diálogo. El diálogo como medio a través del cual vincularse, como una relación recíproca, mediada por ese espacio, con el cual podríamos establecer algún cambio de esa realidad, resignificarlo. Entonces, les propusimos a los chicos crear algún producto que tuviera que ver con las herramientas con las que contamos como estudiantes de periodismo. Entre todos, e intentando articular todas las preferencias, decidimos armar una revista. Del mismo modo definimos qué cosas la conformarían.
En este momento, estamos terminando de darle forma a esa revista, que entre todos decidimos llamar “Mis compañeros y yo, la revista de los chicos de 4º”.
Más o menos así, funcionó nuestra práctica.
En cuanto al proceso personal, fue de gran importancia poder llevar a cabo la actividad en una escuela. Desnaturalizar, al recordar, el pasado propio ahí adentro; cómo uno mismo estuvo sometido a esas prácticas hegemónicas. Si bien pasamos años leyendo en la facultad el funcionamiento de la escuela como aparato ideológico, regresar de algún modo a ese ámbito, fue algo raro.
Además, si bien falta terminarlo, el proceso recorrido fue bien significativo y gratificante. Se logró responder la intención que se tenía antes de emprender la práctica, se pudo ver cuánto se puede construir cuando se hace colectivamente, cuando se hace en base a intereses mutuos.
Me resultó bien interesante lograr algo que responde a lo que fuimos a buscar, pero que representa sus voces, preocupaciones y pensamientos.
Entiendo que la esencia de la práctica que propone la práctica tiene que ver con la posibilidad de observar como se dan, en las instituciones, -sistemas que tenemos tan naturalizados y arraigados, establecido-, todas estas conceptualizaciones trabajadas. Visualizar la falta de diálogo, de reconocimiento, ver cómo las realidades de los chicos, por una multiplicidad de factores, queda fuera de la escuela. Observarla críticamente.
Otros aires
Creímos propicio para este espacio, poder reflexionar con la perspectiva de comunicación/educación, sobre experiencias personales, que excedieran la práctica de la materia.
En ese sentido, me interesa una en particular.
Hace dos años que desde un movimiento social, participo en un programa de alfabetización para adultos, en barrios no tan céntricos de la ciudad. Y digo que me interesa hablar particularmente de esta experiencia, porque a medida que fui cursando esta materia e incorporando conceptos y herramientas, fui pensándola de otras formas, o más bien dándole forma a todo eso que pensaba sobre el proceso.
Más allá de que la esencia de los procesos de alfabetización sea la “Pedagogía del oprimido”, pensar todos sus conceptos colectivamente, con una lectura más profunda y, complementando eso con una práctica en un ámbito bien distinto al que suelen desarrollarse, me resultó enriquecedor.
Cuando digo que la esencia de estos procesos es la propuesta de Freire, me refiero a que su razón de ser es la posibilidad de que la gente desnaturalice su realidad. Realidad que en la mayoría de los casos han aprendido a aceptar. Gente que se resigna a no comer, a no acceder a la educación, a no tener viviendas dignas, a no poder tomar sus remedios, a no tener trabajo. Gente que se resigna a sus padecimientos.
Desde esa perspectiva concibo este proceso, desde la posibilidad de que los compañeros de los barrios desnaturalicen sus carencias, se la cuestionen. De esa manera, objetivando la realidad, con organización pueden modificarla. Y no se trata de creer que le estamos llevando la solución, porque somos iluminados, sino de hacer juntos un proceso para el mejoramiento colectivo. Tampoco, de ir dos horas por semana al barrio y volver contentos a nuestras casas. No. Sí se trata de emprender una búsqueda: la de la igualdad; de participar activamente en nuestro destino colectivo.
Y en estas situaciones, olvidarse del diálogo y el reconocimiento sería volver inútil el trabajo. ¿De qué puede servir a una persona de 60 años aprender a escribir mamá?, ¿de qué, aprender a escribir educación, si no nos preguntamos por qué no la tuvo, cuál es su importancia, qué de malo le ocasionó no tenerla, y qué cree al respecto? La única forma de lograr que a personas adultas, con trabajo, familias, y problemas le interese hacerlo, es relacionando todo eso que traen consigo en la práctica, contextualizándola. Encontrándole un sentido en sus cotidianeidades.
Creo que en ello radica lo maravilloso de la educación liberadora. Concibiéndola y ejerciéndola así, puede significar un factor de transformación sin límites.
También creo, -aproximándonos al final de esta cursada, a la que me resulta más agradable llamar proceso-, que es invaluable su aporte a la posibilidad de analizar estas perspectivas.
Que en definitiva, no es otra cosa que intentar desnaturalizar las propias realidades, dialogar para transformar el mundo.
“Solamente con la supresión de la situación opresora es posible restaurar el amor que en ella se prohibía”. Paulo Freire.
En ese sentido, leímos a Freire, a Buenfil Burgos, a Mc. Laren, y Gubern. Y de ellos, creo hoy, resulta interesante recuperar algunos conceptos que permitan analizar la práctica y sus resultados.
Antes de comenzar a describir el proceso, creo oportuno definir desde qué lugar hablo de la perspectiva de comunicación/educación, cómo significo los conceptos, o cómo entiendo que deberían ser.
La comunicación es un proceso no lineal, mediante el cual los actores participantes producen e intercambian significados. Bilateral y recíproco, no necesariamente armónico. La comunicación como un modo de relación, un proceso de dos partes, en el cual no existen objetos emisores y receptores, sino sujetos significantes.
La educación entendida, ante todo, como un proceso en el que se forman las personas, sus subjetividades, se les da forma a sus vidas. En ese sentido, implica la responsabilidad de hacerlo en pos de desnaturalizar cada realidad, objetivarlas para la liberación de la conciencia. Así concebida, la educación se opone a la forma bancaria: no hay un blanco amorfo donde depositar conocimiento; hay un sujeto que con sus subjetividades va a resignificarlo. Y en consecuencia, ese proceso implica la necesidad de reconocerlo, encontrarlo, para volverlo productivo.
Por todo ello, no puede existir la educación sin comunicación, sin diálogo, sin recorrer el indispensable camino de la búsqueda del “otro”.
Los hechos
A la hora de definir dónde trabajaríamos, se decidió hacerlo en una escuela (la nº 36, Carlos Spegazzini, de Gonnet). La intención era ver cómo podía insertarse esta perspectiva de trabajo no hegemónica, en una institución formal, y hegemónica.
Los primeros encuentros consistieron en el reconocimiento. Viendo, como lo plantea Freire en su “Pedagogía del oprimido”, la necesidad de RECONOCER al otro, sus universos, sus hábitos y comportamientos como condición indispensable para pensar una posterior intervención, un trabajo CON el otro. De otra forma, cualquier actividad se convertiría en una imposición.
Así, durante dos ocasiones, hicimos actividades que nos permitieran conocer los gustos, las preocupaciones, los miedos y la concepción de la escuela que tienen los chicos. A partir de las conclusiones que nos aportaron dichas actividades, comenzamos a pensar nuestra intervención. En esa instancia pudimos ver concretamente la importancia del proceso de reconocimiento: trabajaríamos sobre algo que les afectaba, algo que ellos mismos, más o menos explícitamente revelaban.
Observamos, entre otras cosas, la existencia de problemas como discriminación y violencia, que los chicos manifestaron padecer. Además, indagando sobre su concepción sobre la escuela, supimos que expresan a rajatabla el discurso de lo políticamente correcto, todo aquello que les enseñaron que está bien. Esos serían, en adelante, los ejes que trataríamos de articular en la práctica.
Luego llegó el momento del diálogo. El diálogo como medio a través del cual vincularse, como una relación recíproca, mediada por ese espacio, con el cual podríamos establecer algún cambio de esa realidad, resignificarlo. Entonces, les propusimos a los chicos crear algún producto que tuviera que ver con las herramientas con las que contamos como estudiantes de periodismo. Entre todos, e intentando articular todas las preferencias, decidimos armar una revista. Del mismo modo definimos qué cosas la conformarían.
En este momento, estamos terminando de darle forma a esa revista, que entre todos decidimos llamar “Mis compañeros y yo, la revista de los chicos de 4º”.
Más o menos así, funcionó nuestra práctica.
En cuanto al proceso personal, fue de gran importancia poder llevar a cabo la actividad en una escuela. Desnaturalizar, al recordar, el pasado propio ahí adentro; cómo uno mismo estuvo sometido a esas prácticas hegemónicas. Si bien pasamos años leyendo en la facultad el funcionamiento de la escuela como aparato ideológico, regresar de algún modo a ese ámbito, fue algo raro.
Además, si bien falta terminarlo, el proceso recorrido fue bien significativo y gratificante. Se logró responder la intención que se tenía antes de emprender la práctica, se pudo ver cuánto se puede construir cuando se hace colectivamente, cuando se hace en base a intereses mutuos.
Me resultó bien interesante lograr algo que responde a lo que fuimos a buscar, pero que representa sus voces, preocupaciones y pensamientos.
Entiendo que la esencia de la práctica que propone la práctica tiene que ver con la posibilidad de observar como se dan, en las instituciones, -sistemas que tenemos tan naturalizados y arraigados, establecido-, todas estas conceptualizaciones trabajadas. Visualizar la falta de diálogo, de reconocimiento, ver cómo las realidades de los chicos, por una multiplicidad de factores, queda fuera de la escuela. Observarla críticamente.
Otros aires
Creímos propicio para este espacio, poder reflexionar con la perspectiva de comunicación/educación, sobre experiencias personales, que excedieran la práctica de la materia.
En ese sentido, me interesa una en particular.
Hace dos años que desde un movimiento social, participo en un programa de alfabetización para adultos, en barrios no tan céntricos de la ciudad. Y digo que me interesa hablar particularmente de esta experiencia, porque a medida que fui cursando esta materia e incorporando conceptos y herramientas, fui pensándola de otras formas, o más bien dándole forma a todo eso que pensaba sobre el proceso.
Más allá de que la esencia de los procesos de alfabetización sea la “Pedagogía del oprimido”, pensar todos sus conceptos colectivamente, con una lectura más profunda y, complementando eso con una práctica en un ámbito bien distinto al que suelen desarrollarse, me resultó enriquecedor.
Cuando digo que la esencia de estos procesos es la propuesta de Freire, me refiero a que su razón de ser es la posibilidad de que la gente desnaturalice su realidad. Realidad que en la mayoría de los casos han aprendido a aceptar. Gente que se resigna a no comer, a no acceder a la educación, a no tener viviendas dignas, a no poder tomar sus remedios, a no tener trabajo. Gente que se resigna a sus padecimientos.
Desde esa perspectiva concibo este proceso, desde la posibilidad de que los compañeros de los barrios desnaturalicen sus carencias, se la cuestionen. De esa manera, objetivando la realidad, con organización pueden modificarla. Y no se trata de creer que le estamos llevando la solución, porque somos iluminados, sino de hacer juntos un proceso para el mejoramiento colectivo. Tampoco, de ir dos horas por semana al barrio y volver contentos a nuestras casas. No. Sí se trata de emprender una búsqueda: la de la igualdad; de participar activamente en nuestro destino colectivo.
Y en estas situaciones, olvidarse del diálogo y el reconocimiento sería volver inútil el trabajo. ¿De qué puede servir a una persona de 60 años aprender a escribir mamá?, ¿de qué, aprender a escribir educación, si no nos preguntamos por qué no la tuvo, cuál es su importancia, qué de malo le ocasionó no tenerla, y qué cree al respecto? La única forma de lograr que a personas adultas, con trabajo, familias, y problemas le interese hacerlo, es relacionando todo eso que traen consigo en la práctica, contextualizándola. Encontrándole un sentido en sus cotidianeidades.
Creo que en ello radica lo maravilloso de la educación liberadora. Concibiéndola y ejerciéndola así, puede significar un factor de transformación sin límites.
También creo, -aproximándonos al final de esta cursada, a la que me resulta más agradable llamar proceso-, que es invaluable su aporte a la posibilidad de analizar estas perspectivas.
Que en definitiva, no es otra cosa que intentar desnaturalizar las propias realidades, dialogar para transformar el mundo.
“Solamente con la supresión de la situación opresora es posible restaurar el amor que en ella se prohibía”. Paulo Freire.